Por Alberto Ramos
(Berlín, 17 de febrero de 2024). Las deformidades físicas, sea por enfermedad, accidente u otra causa, son un motivo recurrente en el cine, en especial cuando se trata de géneros como el horror o la ciencia ficción. Menos común es encontrarlas en el drama convencional o la comedia. A Different Man anuncia esa alteridad desde el título, pero propone una visión más risueña de los problemas que supone en este caso la aceptación de semejante diferencia, sea por parte del propio individuo como de la sociedad.
Edward es uno de estos individuos. Vive en un tugurio de mala muerte en Brooklyn y se gana la vida con pequeños papeles para publicitarios o mensajes de bien público que capitalizan su discapacidad por encima del (más bien lamentable) resultado artístico. En el techo de su apartamento, una filtración desde el piso superior ha dibujado una mancha ominosa que pareciera recordarle a cada momento su condición marginal. Hasta que dos acontecimientos se conjuran para imprimirle un viraje a su vida. En primer lugar, una joven aspirante a guionista y realizadora, Ingrid, se muda al apartamento contiguo, y de inmediato le toma afecto, reciprocado por él con platónica, callada resignación. Por otra parte, es contactado por un equipo médico que le propone enrolarse en un ensayo clínico de una terapia experimental que podría eliminar las secuelas dejadas por la neurofibromatosis en su rostro. Edwards accede, el tratamiento surte efecto y de la noche a la mañana se ve convertido en una persona “normal”, un apuesto galán que muy pronto conoce la fama como actor. Antes, Edward ha “liquidado” su imagen anterior para ocultar el cambio ocurrido, contándole a los vecinos que aquel se ha suicidado y él es ahora el nuevo inquilino del apartamento. El problema surge cuando Ingrid lo convoca para poner en escena una pieza sobre Edward que ha estado escribiendo, lo que para él equivaldría a interpretarse en su “versión” pasada. Pero de improviso aparece un competidor: Oswald, una especie de doble aquejado también de neurofibromatosis, a quien (por razones obvias) poco le cuesta actuar su propia vida, amén de que como intérprete resulta muy superior a Edward. Y, por si fuera poco, irradia un carisma que conquista a todos, incluida Ingrid. Es así como, paradójicamente, Edward se verá envuelto en un conflicto de identidades que trastorna su existencia al tiempo que, de manera no menos original, A Different Man nos invita a reflexionar sobre el peligro de asumir nuestra existencia a partir de estereotipos excluyentes como “normalidad” y “otredad”, en función de los cuales suele definirse nuestra condición humana por buena parte de la sociedad. La inquietante atmósfera de realismo sucio típica de un thriller clase B que alcanza a transmitir la fotografía en super16mm, así como lo ingenioso de los diálogos, son dos de los apartados en que triunfa esta modesta, pero aleccionadora entrega que Aaron Schimberg añade a su relativamente breve, pero encomiable filmografía.