(Por Alberto Ramos). Lo que se conoce como coming-of-age films o películas de paso a la vida adulta se asocia con frecuencia al arribo de la madurez sexual y los problemas que ello acarrea en algún personaje. Sin embargo, en Diciannove, estrenada en Orizzonti Venecia y programada luego por la sección Discovery de Toronto, este no es propiamente el caso. La trama se ubica en 1995 y sigue la trayectoria de un joven de 19 años que viaja de Palermo a Londres para estudiar Finanzas, pero a poco abandona la carrera y decide matricular Literatura en la universidad de Siena, “la mejor de esa especialidad del país”, según anuncia Internet. Tanto en Londres como en Siena, el mundo ofrece a Leonardo, el joven protagonista, toda suerte de tentaciones: discotecas, juergas nocturnas, alcohol, sexo casual, droga. Este, aun cuando acceda de inicio, sea por curiosidad o deseo, invariablemente termina renunciando, para perplejidad de familiares, amigos y conocidos. Pareciera que nada puede alejarlo de su pasión por la literatura, en particular la italiana previa al siglo xx (para nada es casual que la edad de Leonardo coincida con su fascinación por el siglo xix). El suyo es un gusto orgullosamente conservador; el de alguien que rechaza con desdén a intelectuales como Pasolini o Gramsci, dos comunistas, uno ateo y el otro católico, calificándolos vagamente de “inmorales”. O no para mientes en renegar de sus profesores, abanderados de una exégesis envejecida, incapaz de mirar al presente.
A pesar de su edad estamos ante un conservador de vieja escuela, cuyo caso desmiente aquel lugar común que asocia a la juventud con lo revolucionario, rebelde e innovador. De cualquier modo, tampoco se ubica entre aquellos que optan por la violencia retórica, embarcándose en discusiones bizantinas; lo suyo es refugiarse en la soledad de su cuarto de estudiante, responder con más lecturas a las seducciones del mundo, vagar por las calles y plazas de Siena a la espera de un encuentro inesperado, iluminador, lejos de la monotonía y nulidad espiritual de sus contemporáneos. Diciannove apela incluso a sus ensoñaciones (evidentes en el cambio de texturas), sus pulsiones pansexuales, la dependencia materna que no ha podido ni querido abandonar, para dibujar un retrato generacional nada conciliador, de incuestionable y oportuna actualidad, acerca de un grupo social emergente detrás de cuya disponibilidad y corrección se oculta una añoranza que, haciendo de la literatura una metáfora, refiere a un tiempo y un estado de cosas de filiación, cuando menos, protofascista. En el encuentro con un intelectual, un hombre ya maduro cuya simpatía hacia a la vanguardia (es también un coleccionista de arte) se ubica en las antípodas del joven, aquel definirá en un par de frases contundentes el abismo que se extiende entre ambos. Queda por ver si detrás de la sonrisa de Leonardo al concluir la conversación, las palabras de su interlocutor, brillantemente caracterizado por Sergio Benvenuto, habrán removido en algo sus convicciones o, por el contrario, afianzarán su irrevocable desprecio hacia a un mundo en que se mueve al margen, una figura solitaria y excéntrica entregada a la contemplación nostálgica del pasado.
(reseñado en el Festival de Toronto)