Por Alberto Ramos
Banel & Adama (Banel e Adama / Ramata-Toulaye Sy / Francia, Senegal, Malí)
El primer largometraje de la senegalesa Ramata Toulayé-Sy da cuenta de una sorprendente madurez para quien hasta ahora solamente contaba con un corto, Astel (2020), en su haber. Banel e Adama transcurre en uno de los espacios privilegiados del imaginario cinematográfico africano, la aldea rural, institución a la que se enfrenta la joven pareja protagonista en un trágico relato de resonancias contemporáneas. Rodada en Fouta-Toro, una región fronteriza con Mauritania que se extiende junto al río Senegal, la trama transcurre en una comunidad de la etnia peul donde viven Banel y su esposo Adama. Son ambos jóvenes quienes, por diversas razones, se ven confrontados por las autoridades del lugar, incluidos sus familiares. Adama porque rehúsa convertirse en líder tras la muerte de su padre y hermano, como prescribe la línea de sucesión en su caso; Banel porque se niega a asumir el rol que la tradición asigna a la mujer, vale decir, el cuidado de los hijos, las labores domésticas y el trabajo en el campo.
Así las cosas, ambos han decidido escapar de la aldea a fin de evadir las imposiciones de sus mayores. Cerca de allí hay unas casas enterradas en la arena, que los aldeanos consideran malditas cuando en realidad simbolizan un pasado glorioso (el de la época precolonial) que los africanos ponderan con nostalgia. Y es precisamente en ellas que la pareja fija sus ojos, acrecentando el recelo de sus coterráneos. Por si fuera poco, una devastadora sequía se ha abatido sobre el lugar, hecho que los ancianos han interpretado como una maldición de los dioses ante la intransigencia de Banel y Adama. (Un antecedente de lo cual se cita al comienzo, haciéndose eco de las narraciones orales que pueblan la cultura popular africana, cuando Adama relata el terrible castigo que unas sirenas infligieron a los aldeanos tras ser acusadas por estos de la muerte de una niña).
A los ojos del vecindario, sin embargo, quizá lo más intolerable es la apasionada profesión de independencia por parte de Banel, quien más de una vez se presenta a sí misma como Banel Adama, reivindicando fieramente la indisoluble identificación entre ellos. Semejante postura, que antepone un vínculo afectivo, profundamente personal, a cualquier otro compromiso, y que al provenir de una mujer, impugna además el voto de sumisión y silencio prescrito por la sociedad, se erige fácilmente en piedra de escándalo que la convierte en una figura resueltamente transgresora ante la comunidad. El desenlace, bajo su inquietante simbolismo, adelanta una interrogante no menos provocadora: ¿Está preparada África para asumir propuestas tan radicales como la de Banel, que abogan por echar abajo los usos, tabúes y mitos que confinan al sujeto a una eterna condición subalterna en nombre de la tradición?
May December (Todd Haynes / Estados Unidos)
Entusiasta admirador de Max Ophuls y Douglas Sirk, el estadounidense Todd Haynes se ha convertido en uno de los cronistas más apasionados de las grandezas y miserias de la burguesía de clase media alta del país. Tras títulos como Far From Heaven (2002) y Carol (2015), que revelan su maestría a la hora de abordar el melodrama clásico y concebir sus personajes femeninos, le sigue May December, ambientada en una localidad del estado de Georgia donde dos décadas atrás estalló un escándalo de resonancia nacional cuyo epicentro fue el tumultuoso romance entre una profesora de secundaria (Gracie) y un alumno de trece años (Joe Yoo), que terminó con el encarcelamiento de aquella. Comoquiera que ahora se pretende llevar el caso a la pantalla, una popular actriz (Elizabeth) arriba al lugar para acopiar información de primera mano a fin de recrear el personaje de Gracie. En ese sentido, las expectativas de la singular pareja, ya casados y con tres hijos, pasan porque la película ayude a normalizar su relación familiar y su inserción en una comunidad que a lo largo de ese tiempo se ha negado a aceptarlos plenamente. A lo largo de casi dos tercios del metraje Elizabeth confronta a los implicados, en particular al matrimonio. En algunos casos se trata solo de detalles que suman a la psicología de los personajes o a las circunstancias de un acontecimiento en particular, pero en otros dan cuenta de las tensiones que recorren la vida en familia bajo la apariencia ordinaria, sin sobresaltos, que ofrece el hogar de Grace, donde esta gobierna a la defensiva, con una autoridad que combina el gesto refinado y cortés con la frase dura y tajante que suprime de golpe cualquier observación inoportuna. No obstante, como en la típica narrativa donde la llegada de un extraño a una comunidad cerrada trastorna el orden vigente al poner en crisis los valores que preconizan sus miembros, así como las relaciones entre estos, Elizabeth acaba internándose peligrosamente en la intimidad familiar, descubriendo zonas hasta entonces silenciadas… Sin embargo, más allá de cuán cuestionables en términos éticos pudieran resultar algunos de sus actos, en su obsesión por descifrar quiénes son Grace y Joe, y qué hubo en realidad entre ellos, la recién llegada consigue sin proponérselo algo que en cierta medida hace justicia a lo invasivo de su proceder. Esto es, permite a Joe clausurar un episodio traumático que lo ha convertido en una suerte de eterno adolescente, confinado a una relación de pareja por demás asimétrica en que ha devenido sirviente y terapeuta de su esposa, y enajenado emocionalmente de sus hijos. Lo anterior queda sugerido con una elegante metáfora, la de las mariposas monarca cuyos huevos Joe, quien pertenece a un grupo dedicado a proteger esta frágil especie en peligro, recoge y preserva hasta que concluyen su metamorfosis y emprenden vuelo.
Dicho esto, uno de los grandes triunfos de May December radica paradójicamente en escapar a la demonización de Grace. Para Haynes parece estar claro que el comportamiento de la mujer revela su intención de suprimir de la memoria social el recuerdo de lo acontecido. Sin embargo, ha preferido asumir su marginación antes que abjurar públicamente de su conducta. Uno de los detalles que más intriga a Elizabeth es justo que «después de todo lo que hizo y lo público que fue, no parece sentirse para nada avergonzada o culpable». La actriz se erige en vocera de una sociedad donde lo que realmente cuenta es el acto de contrición hecho público, a despecho de la condena recibida y, más aún, de lo cuestionable del hecho criminal en sí. Algo a lo que Grace se niega y, por ende, ha dejado en suspenso su incorporación a la comunidad. Al final, ella sigue refugiada en su burbuja familiar (los hijos se gradúan y la vida continúa, a pesar de que alguna vecina renuncie a sus fabulosos pasteles). A Elizabeth, por su parte, solo le resta vengarse de la manera más torpe y ridícula. Su caricaturesca interpretación de Grace no hace sino refrendar los prejuicios de la mayoría moral que ha empujado a aquella al ostracismo. En lugar de mostrarla en su doble dimensión de víctima/victimaria, opta por castigarla en nombre de la corrección política. Viniendo de alguien como Haynes, la alusión a los tiempos que corren (y al cine que les sirve de tribuna) es más que evidente.
Anatomy of a Fall (Anatomie d’une chute / Justine Triet / Francia)
Quien cae, desde su estudio en el segundo piso de la casa familiar, es Samuel, el padre. Lo que sigue es el esclarecimiento de las circunstancias en que ocurrió su muerte, de ahí lo de anatomía. ¿Suicidio, accidente o asesinato? La evidencia reunida por el fiscal apunta a esto último, y Sandra, la esposa, sería la presunta homicida. En realidad, la caída entraña también una alegoría. Lo que la pesquisa forense, los interrogatorios y las declaraciones de los implicados en las vistas judiciales dejan al descubierto es la desintegración de una familia disfuncional. Un tercer miembro, Daniel, el hijo de diez años, ha vivido el drama a medias. Esto es, ha asistido a las peleas y las recriminaciones de sus padres en calidad de oyente, pues padece de una severa miopía que lo ha mantenido al margen de la considerable violencia que, en el plano visual, acompaña a las discusiones de aquellos. Por lo mismo, el proceso seguido a Sandra por la justicia funciona en el caso de Daniel (quien de por sí es una pieza clave en la investigación) como un perturbador regreso al pasado que pone en crisis la imagen idealizada que tiene de sus parientes. En un momento decisivo de la penúltima vista oral, tras escuchar una grabación oculta de una de esas discusiones, Daniel se siente más solo y vulnerable que nunca. Pudiera decirse que al “oír”, ha podido “ver” quiénes eran realmente sus padres (las imágenes que acompañan a la grabación dan cuenta de esa subjetividad en acción). Abrumado por la certeza de que en todo ese tiempo solo ha sido una pieza más en la guerra a muerte entre Sandra y Samuel, otro pretexto a mano para las acusaciones mutuas (como mismo los celos profesionales, la decisión de regresar a Francia o el uso de una u otra lengua en la comunicación diaria), Daniel toma una decisión que implica un viraje radical en la pesquisa. Por supuesto, en lo adelante nada será igual. Lo ambiguo del final, del abrazo tranquilizador a la madre en medio de la noche sugieren una complicidad atravesada por la duda. Si alguna lección deriva de lo anterior, es que los conflictos de pareja, como en cualquier otra relación afectiva, trascienden a su entorno humano, donde suelen dejar profundas secuelas si no se manejan con suficiente sensibilidad y comprensión hacia quienes, dada su cercanía, se encuentran expuestos a los escenarios de violencia, sea física o verbal, que por lo general acompañan a tales situaciones.